Confesiones de un multilingüe tardío

Posted on Mon 28 April 2025 in Blog

Aunque tengo la suerte de hablar cuatro idiomas con fluidez, soy un ejemplo de multilingüismo tardío.

Nací y crecí en la muy castellana ciudad de Guadalajara. No recibí clases de inglés hasta muy tarde, y no llegué a hablarlo bien hasta mucho más tarde, ya de (joven) adulto, gracias a una pareja norteamericana que tuve. Más adelante, estudié portugués por vergüenza torera: tuve unos clientes brasileños, y me fastidiaba hablar inglés con los hablantes de una lengua hermana. Finalmente, hace 10 años emigré a los Países Bajos, y a día de hoy el neerlandés es mi lengua habitual en el día a día. Aquí cuento largo y tendido por qué me decidí aprender esta lengua endiablada.

El multilingüismo tardío tiene una enorme desventaja: mi aprendizaje ha distado mucho de ser automático. Y una ventaja algo menor: mi aprendizaje ha sido consciente, tengo una memoria clara de cuándo no hablaba tal o cuál lengua, y de cómo fue el proceso.

Dejo por aquí algunas reflexiones sueltas sobre lo que he aprendido durante el mismo. Muchas son genéricas. Otras son más específicas de la lengua holandesa o neerlandesa (sí, ambos nombres son correctos).

No hay dos lenguas que se experimenten igual

No hay dos lenguas que hable con la misma fluidez. Comparadas con mi lengua materna, todas se me quedan un poco cortas.

Más allá del dominio técnico de una lengua, está el aspecto emocional. Tengo la sensación de tener una personalidad diferente en cada lengua que hablo. Incluso me escucho una voz distinta.

Aún más, tengo una fortísima asociación entre lenguaje y persona. Me explico, tengo amigos holandeses con los que comencé hablando en inglés. Una vez que mi holandés mejoró lo suficiente, he sido incapaz de hablar con ellos en su lengua de manera natural. Nos resultamos desconocidos1.

Y es que la lengua es mucho más que intercambio de información.

De sofisticado expat a otro inmigrante más

Una de las paradojas del multilingüismo es que hablar la lengua de tu país de acogida te puede traer un tipo muy concreto de problema: el de que se piensen que eres idiota.

Si te presentas en inglés, el mensaje de fondo es que tienes cosas mejores que hacer que aprender el idioma local. No tardarán en preguntarte a qué te dedicas, en interesarse un poco más allá de la primera impresión. Si, en cambio, te presentas en un holandés flojo, pierdes esta ventaja.

No todos los extranjeros sonamos igual

Alguien me dijo una vez algo muy triste, pero cierto: "mientras tu acento no sea marroquí ni polaco, no tienes por qué preocuparte".

Resulta que las comunidades marroquí y polaca son las minorías no-neerlandófonas más grandes de los Países Bajos. Españoles que hablen neerlandés, en cambio, hay pocos. Esto tiene un curioso efecto secundario: no somos masa crítica suficiente como para habernos creado una reputación, ni buena ni mala.

El hecho de que la reina de los Países Bajos, de origen argentino, hable con un acento parecido al mío, también me ha abierto alguna puerta.

Y es que la irracionalidad y la xenofobia son malas, pero también reales.

Nota: sobre hispanohablantes y acentos

Los hispanohablantes tenemos un complejo enorme con nuestro acento. Es cierto que solemos tener un acento particularmente fuerte y reconocible (hay razones lingüísticas para esto, siendo la principal la pobreza de sonidos vocálicos propia de nuestro idioma). También es cierto que, al contrario de lo que creemos, a casi nadie le molesta. Es más, a mucha gente incluso le agrada, y consideran nuestro acento (y el de otros) una marca distintiva y de carácter.

¿Conoce usted el gradiente dialectal?

Si, al igual que yo, tiene usted al español como primera lengua, esto le va a resultar alucinante: hay países en los que el dialecto cambia cada pocos kilómetros. Basta un paseo en bici para atravesar varias fronteras dialectales.

Imagine el lector que sale de Madrid, y ya a la altura de Getafe hablasen con acento de Cádiz. Así va la cosa.

El neerlandés de Gante, por ejemplo, es tremendamente claro. Una auténtica bendición para cualquier estudiante de idiomas. Sin embargo, el de Ostende, a menos de 40 kilómetros, es tan extraño que aún hoy, cuando voy allí, dudo si me están hablando en neerlandés, en francés o en inglés.

Este gradiente se produce no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. El neerlandés de los programas de televisión de la década de 1970 suena distinto al actual. Pero muy distinto.

Y es que el gradiente dialectal del español es muchísimo más suave. Según tengo entendido, la principal causa de esta bendición es la pobreza de sonidos vocálicos que mencionaba antes2.

Humor intraducible

Entender el humor requiere un manejo muy profundo del idioma. Durante años, creí ser el único culpable de que el humor holandés no me hiciera la más mínima gracia. Ahora que lo entiendo, creo que me he ganado el derecho a decirlo en voz alta: el humor holandés es bastante mediocre. Y pasado de moda. Baste decir que los aforismos y el humor de cabaret siguen vivos y coleando, cuando en España ya estaban de capa caída en tiempos de Gómez de la Serna.

La literatura holandesa de ficción, en general, me deja bastante frío. Quizás me falta experiencia, pero tengo la sensación de que la tradición narrativa es diferente. Casualidad o no, mi autor holandés favorito es... de origen iraní.

En cuánto a ensayo, sí que hay cosas muy buenas. Y merece una mención la gran cantidad (y calidad) de libros sobre lingüística que se ven por estas tierras.

Verlas venir

Cuando uno habla su lengua materna, percibe montones de trozos de información implícita. Una referencia cultural, la elección de una frase hecha, e incluso un cierto acento, nos proporcionan valiosas pistas sobre la persona con la que estamos hablando.

Cuando hablamos una lengua que dominamos menos, no sólo percibimos menos, sino que también dejamos ver menos. Esto tiene un corolario bastante bestia, pero muy expresivo: es más difícil identificar a un tonto cuando habla en un idioma que no es el suyo.

No jodas con la jota

Hablando de verlas venir, si eres hispanohablante no digas que el sonido [x] (asociado en neerlandés a la letra g) se te atraganta. Es un sonido que existe en tu lengua materna, asociado normalmente a la letra j, y que dominas a la perfección. Es probablemente el único fonema neerlandés para el que traes una ventaja de casa.

Cuando dices lo contrario, dejas ver que tus ideas son de segunda mano. Probablemente tomadas prestadas de algún angloparlante.

El lujo de ser monolingüe

Si bien es cierto que hablar varias lenguas tiene ciertas ventajas y proporciona alguna que otra satisfacción, reconozco que echo de menos hablar más mi lengua materna.

Llevo dos décadas seguidas resolviendo puzzles en mi cabeza (estudiando físicas primero, ingeniería y doctorado después, y ahora trabajando como investigador multidisciplinar) y empiezo a necesitar un descanso de vez en cuando.

Volver a la lengua materna, en su dialecto concreto (pues todos hablamos dialectos), es como volver a casa. Encuentro un placer especial, por ejemplo, en las novelas de mi paisano Miguel Delibes. Y tiene gracia, porque de pequeño me obligaron a leerlas, y me parecían tediosísimas.

"Este tío habla igual que mi abuela. ¡Qué murga!", pensaba.

Ahora pienso lo mismo, pero con un matiz importante:

"Este tío habla igual que mi abuela. ¡Me encanta!"


  1. Con la notable excepción de mi pareja. Con ella sí que logré sustituir el inglés por el neerlandés, con enorme esfuerzo eso sí. 

  2. Hay quién lo atribuye a la labor de la Real Academia Española, pero tengo serias dudas de que una institución que se reúne los jueves después del trabajo tenga tanto poder sobre cientos de millones de hablantes.