Demasiados detalles

Posted on Thu 05 December 2024 in Blog

Como suele suceder, mi entrada de hoy comienza con una historia de viejo gruñón desde la primera frase, que es la siguiente:

Hace unos años decidí poner en orden mi biblioteca digital.

Me propuse clasificar todos mis libros por temáticas y, en un alarde de cortitud de miras, decidí hacerlo al detalle: entre mis etiquetas había cosas como "geometría euclídea" y "geometría diferencial" (sí, dos etiquetas diferentes), "ficción histórica" y "ficción" a secas, etcétera.

En un momento dado, como si de un gólem se tratase, toda esa complejidad se volvió contra su creador. Las etiquetas eran tantas que tenía que pensarme mucho cuál usar. Como resultado, dejé de clasificar mis nuevos libros. El extremo detalle de mis etiquetas volvió inútil mi base de datos.

El arte de hacer menos

Algunos de nuestros momentos más lúcidos se definen no por lo que hacemos, sino por lo que dejamos de hacer. Hablo de gestos invisibles pero salutíferos, como cerrar un proyecto que a nadie interesa, abstenerse de dar el coñazo en la sesión de preguntas de un congreso, o no retwittear basura.

Pues bien, un buen día decidí que aquel sistema de etiquetas en el que había puesto tanto pensamiento y tanto esfuerzo era una soberana estupidez, y que lo mejor que podía hacer era cargármelo sin miramientos. Así, las varias etiquetas de geometría, cálculo, álgebra y otras tantas decenas (me da vergüenza recordar cuántas) acabaron convertidas todas ellas en "matemáticas". Las novelas cayeron en dos sub-categorías, "ficción" y "no-ficción". Y a correr. Sin más historias. Desde entonces, añadir nuevas entradas no supone apenas esfuerzo, y mi sistema vuelve a ser útil.

Taxonomías de la realidad

Si algo caracteriza a los tiempos que corren, es su pretensión de ser trepidantes. Basta encender la televisión. Siempre está sucediendo algo sin parangón en la historia de la humanidad. Hasta a los telediarios les han puesto sintonías de peli de acción.

En esta carrera por ver qué evento es más rompedor, el exceso de detalles también tiene su papel. Resulta que ya no hay pobreza, sino pobreza energética, pobreza habitacional, y un largo etcétera de pobrezas con apellido. Si una riada te impide ir a trabajar tienes derecho a una baja climática, mientras que si el obstáculo es un infarto, la baja será médica. Si eres mujer, corres riesgo de sufrir violencia de género, pero también violencia vicaria y hasta violencia obstétrica. Entenderán que me venga a la cabeza aquel relato de Borges sobre el Atlas a escala 1:1 que se volvía inmediatamente inútil.

Hay quién sostendrá que lo que no tiene nombre no existe. Pero es que la existencia de estas lacras ya era conocida desde mucho antes. En mi opinión, darles un nombre nuevo, una vez pasado el chispazo inicial de lo (aparentemente) novedoso, no hace sino acentuar la confusión, dificultar el análisis y generar la sensación de que el mundo es más incomprensible que nunca. Y por tanto, más difícil de arreglar.

Me encantaría estar equivocado. Déjenme un mensaje por aquí si piensan que pueden convencerme.

Detalles y académicos

Esto de pasarse de frenada intentando clasificar, detallar y evitar ambigüedades es un pecado muy común en mi sector: el de los académicos.

Las sesiones de brainstorming pueden acabar siendo una auténtica invitación a la locura a causa de esta fijación. Cuando me dediqué al modelado matemático de problemas biológicos, nunca faltaba en la sala alguien intentando meter más y más detalles al modelo. Vean por ejemplo el siguiente diálogo, un tanto ficcionalizado (aunque mucho menos de lo que se imagina el lector):

- En esta simulación tenemos 50 especies de peces que son consumidos por 15 especies diferentes de depredadores.

- ¿Y si hay pescadores?, ¿podrías simular una pequeña economía en un país costero?

- Pero esta es una investigación sobre caos en modelos teóricos predador-presa...

- ¿Y si además hay piratas?

- ¡Suélteme el brazo!

El pasote con los detalles se nota especialmente en la lectura de artículos científicos, con su estilo rayano en lo ilegible. O en las presentaciones que preparan algunos científicos, con más texto que el Ramayana aunque la presentación dure tres minutos. Alcanza su máximo esplendor en los protocolos de gestión de proyectos. Conozco algunos que, de tenerlos en mi biblioteca, me vería obligado a clasificar como "vanguardia literaria". No es raro que el documento comience describiéndose a sí mismo. Incluso una vez vi uno que comenzaba enumerando la larga lista de cosas que el documento no era. Estoy seguro de que muchos de ellos harían las delicias de Tristan Tzara y los surrealistas.

Rehacer lo ya hecho

Pareja a todo esto va la tendencia a reinventar la rueda. Pensemos por ejemplo en los protocolos de uso de la Inteligencia Artificial que han proliferado como setas. Muchas universidades tienen uno. Lo curioso, es que cada una tiene uno diferente. Es más, me consta que hay hasta comunidades de vecinos (!) en las que alguien se ha tomado la molestia de establecer un protocolo sobre uso de la IA (y sí, el protocolo de Mayor 23 es diferente del de Mayor 25). ¿Soy el único que alucina con esto?

Quizás uno de los problemas sea, como decíamos antes, que el trabajo que se decide no hacer es invisible por naturaleza. Y es una pena, porque nada hay más eficiente que meterle exactamente 0 horas a algo superfluo o redundante.